18 de mayo de 2015

ILUSIONES PERDIDAS


Llevo mucho tiempo leyendo artículos y diferentes escritos acerca de las renuncias de las madres.

Es un tema que realmente da para largo y creo que es necesario mostrar al mundo, pues es cierto que ser madre es un trabajo a tiempo completo, duro y complicado y que en muchos círculos sociales está (y parece que seguirá estando) tremendamente infravalorado.

Pero hoy no quiero hablar de ello, pues como he dicho, es un tema ampliamente tratado por diferentes autores y sobre el que podemos encontrar muchísima información. Por supuesto, estaremos o no de acuerdo con lo que leamos. La diversidad es parte del ser humano y por eso existen diferentes opiniones, ahí, al menos ahora, no me meto.

En realidad hoy de lo que quiero hablar es de la renuncia de las mujeres y,¡ojo!, también de los hombres, a la maternidad/paternidad.

Toda la reflexión que ahora quiero hacer surge porque hace unas dos semanas salimos a cenar con varias parejas, amigos de los que llevan muchos años conmigo y con  mi pareja, pero amistades que la vida nos ha llevado demasiado lejos como para compartir el día a día. Por eso las cenas con ellos, a parte de momentos fantásticos para llenar el estómago, se convierten en jornadas repletas de apasionantes conversaciones sobre nuestros sentimientos y anhelos más profundos.

Ninguno de los que allí estábamos esa noche volveremos a cumplir los veinte, ni siquiera los treinta (supongo que me entendéis). Todos tuvimos la suerte de poder formarnos académicamente, de estudiar carreras que nos apasionan, de dedicar tiempo a crecer y tuvimos la posibilidad de elegir el  momento que nos pareció adecuado para vivir cada fase de nuestras vidas. En ese sentido somos todos gente privilegiada y lo sabemos.

Hace unos años, cuando aún no podíamos ni imaginar un futuro demasiado lejano, nos aseguraron que estudiar era el mejor camino, que podríamos vivir tranquilos tras dedicar unos cuantos años más a la enseñanza. Unos cuantos...Y así lo hicimos, porque parecía una opción lógica, porque creíamos que así podríamos tener más oportunidades, porque esperar era sólo un trámite, una lanzadera a una vida más cómoda y llena de sentido.

Pero pasados unos cuantos años desde entonces, la búsqueda de trabajo, la lucha por no caer en esta crisis que a tantos hogares azota, nos ha llevado a separarnos de nuestras familias y amigos, nos ha llevado a vivir lejos, a algunos a cientos de kilómetros, a otros a miles. Nos hemos movido por el país, por el mundo, buscando subsistir, luchando por crearnos un futuro que de bruces y casi sin darnos cuenta, se ha convertido en un  presente más que evidente. El mañana que hace apenas unos años parecía tan lejos se ha convertido ahora en el hoy y las decisiones que habíamos estado aplazando se nos presentan como urgentes.

Convertirse en padres ha sido una de las mayores esperas. Una ilusión que estaba aparcada buscando el mejor momento para llegar

Conseguidos muchos retos laborales, una estabilidad laboral y emocional, parece que podría ser el momento. Una buena edad, recursos, ganas...

Una buena amiga me comenta que lleva tiempo pensándolo pero que observe su situación. Ellos viven solos, tan lejos de sus familias que el apoyo que creen necesario para tener un hijo, sólo existe en centros educativos. Lleva muchos años luchando por abrirse camino en su profesión y ahora teme no poder afrontar ambos cometidos. Tiene miedo, miedo a perder lo que tiene y a no poder hacer bien el trabajo de madre. Su pareja la mira conmovido mientras me cuenta que es cierto, están solos y no saben si podrán. Por fin han decidido renunciar. Olvidar un sueño que llevaban esperando tantos años. Su situación no es la adecuada.

Al otro extremo de la mesa se encuentra otra buena amiga, ellos se sumergieron hace un tiempo en la búsqueda de su ansiado bebé. El destino aún no les ha dado tregua. Por fin van a acudir a profesionales pero la balanza comienza a inclinarse hacia el no. Me dicen que pronto dejarán de intentarlo. Otra ilusión perdida en el camino.

La siguiente pareja montó un negocio hace unos años, ambos trabajan mucho, muchísimo. Han conseguido que su empresa sea un éxito pero en esa frenética vida de jornadas laborales infinitas ya no cabe la idea de ser padres. De nuevo la balanza cae hacia el no. 

Sorprendentemente a todos ellos les encantan los niños, todos son personas conscientes, dedicadas y que durante mucho tiempo soñaron que serían padres. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué se truncan las ilusiones? ¿Por qué deciden renunciar a un sueño forjado durante tanto tiempo?

Creo que hoy en día estamos muy solos. Las comunidades no existen, cada pareja abarca lo suyo y se sienten faltos de apoyo. Han esperado tanto tiempo, ansiando la situación perfecta que se han dado de bruces con una realidad mucho más cruel, el momento perfecto no llega, no existe. Su andadura hacia un futuro mejor les ata de pies y manos y con la edad, cumpliendo años, el deseo se trunca.

Miran a su alrededor, ven a sus hermanas, cuñadas, vecinas, tan cansadas, exhaustas, que piensan que ellas, ellos, no van a poder con todo, que no serán capaces. Se sienten oprimidos y asustados. Forzados a tomar una decisión. A renunciar. A decir NO.

Sus ilusiones se han perdido.