No es difícil escuchar en muchas ocasiones "No cojas tanto al niño en brazos, que se mal acostumbra", "Déjalo llorar, que así aprende". Éstas son frases comunes pero que no se basan en ninguna lógica si tenemos en cuenta la naturaleza de un bebé. Cuando un niño viene al mundo es un ser tremendamente indefenso. En comparación con otras especies, el bebé nace sin apenas herramientas que le permitan desarrollarse en el mundo externo y necesita ser cuidado durante un periodo largo de su vida. Precisa de alguien que le alimente, que lo traslade, que le mantenga limpio...Y él, mientras tanto, sólo dispone de su llanto para comunicarse.
Creo firmemente que dar excesivo amor a un niño
nunca puede ser malo. Cuando los niños son pequeños, cuando son bebés,
necesitan de todo el contacto físico posible, sobre todo y, a ser posible, de
su madre. Si el niño llora, no es porque esté tratando de molestar, ni porque
tenga una estrategia elaborada que pretenda conseguir esclavizar a nadie. El llanto
es el único lenguaje de que un bebé dispone y es su manera de comunicarse. Si
llora, es que necesita algo, precisa de la seguridad que mientras está en
brazos siente. Acunar a un niño, dejarlo dormir en brazos, atenderlo de forma
inmediata, no lo hará dependiente en un futuro. ¡Al contrario! En edades muy
tempranas, los bebés al ser absolutamente dependientes de su cuidador,
necesitan aprender que cuando reclamen atención serán atendidos. Si soy bebé y
lloro, es porque me ocurre algo, quizá me encuentre mal o tenga hambre, o sueño
y aún no sé decirlo de otra forma, no dispongo de más herramientas.
Imaginaros, por un momento, que sois un bebé solo e
indefenso en su cuna, solo, mirando hacia arriba, un techo frío o quizá hacia
los lados, donde sólo puedo alcanzar unos duros barrotes, que por mucho que os
esforcéis, sois incapaces de levantaros ni de explicar qué os está pasando. De
repente el miedo os invade, os sentís totalmente indefensos y rompéis a llorar.
Este bebé, en su soledad y con su llanto estridente, está pidiendo ayuda, que
alguien vaya a verlo. Ante esta situación, ante el lloro desgarrador de un
niño, como cuidadores podemos reaccionar de dos formas:
1) Dejamos que el niño
llore. Queremos que el bebé aprenda a estar solo, que no trate de engañarnos.
Vaya, si lo único que quiere es fastidiar. Tan pequeño y tan pillo. ¡Menudo
bribón está hecho!
Resultado: Al fin, después de quién sabe cuánto tiempo
llorando sin cesar, el bebé calla.
¡Bravo! Así no se
mal-acostumbrará y no se convertirá en un niño caprichoso.
Error: El niño ha aprendido que sus demandas no son
satisfechas, se siente inseguro, piensa que está solo y con el tiempo dejará de
llorar, sí, pero estará basando sus sistemas de relaciones en la inseguridad,
en la frustración. Sus relaciones de apego, que definen el vínculo específico y
especial que se forma entre madre-infante o cuidador primario-infante
determinarán su forma de relacionarse con otras personas en el futuro. Cuando
un niño ha aprendido que ante una situación de angustia, su madre o cuidador
principal, no le han atendido, es mucho más probable que desarrolle lo que en
Psicología se conoce como estilos de apego inseguros. Estos estilos de apego
los podemos dividir en dos:
- Los niños con estilos
de apego evasivo, se muestran desapegados de sus cuidadores, no buscan consuelo en ellos cuando se sienten
angustiados, ni tampoco muestran interés por ellos. Estos niños muestran
inseguridad hacia los demás, desconfianza. Les es difícil relacionarse de forma
confiada con otros, por lo que prefieren mantenerse distanciados.
Además, presentan miedo a
la intimidad.
- Los niños con estilos
de apego ansioso-ambivalente, se sienten inseguros cundo son separados de sus
cuidadores, en cambio, no aceptan ser consolados por ellos. Estos niños no
confían en que, de ser necesario, los padres les auxiliarán.
2) Atendemos el llanto
del niño. Cuando el bebé llora, vamos, lo cogemos en brazos y lo acunamos
amorosamente, lo calmamos y le llenamos de amor, de caricias, de besos y arrumacos.
Resultado: El bebé se calma, se siente seguro y confía
plenamente en su cuidador que está cubriendo sus necesidades, que está
escuchando y atendiendo sus demandas. Aprenderá que no está solo, que cuenta
con gente dispuesta a cuidarle y amarle. Con este tipo de actuaciones es más
probable que el niño desarrolle relaciones futuras más sanas. Podrá desarrollar
un estilo de apego seguro, conocedor de que sus cuidadores son personas que
estarán disponibles en momentos de adversidad. Se convertirán en personas confiadas
de sí mismas y capaces de establecer relaciones de confianza con otros.
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