Durante los últimos años se han hecho famosas diferentes técnicas más o menos elaboradas cuyo fin común es "enseñar a dormir a los bebés".
Parece que la elaboración de estos sistemas han llevado mucho tiempo a sus autores suponiendo que el bebé es un ser retorcido y maquiavélico que premedita cada uno de sus actos en pro de fastidiar a sus progenitores. Por esa razón, todas estas técnicas, terriblemente pensadas y elaboradas, adoctrinan a padres y madres sobre cómo educar a los niños para que no molesten y se acostumbren cuanto antes a las tan preciadas rutinas adultas.
Es obvio que todas estas personas han hecho un estupendo trabajo mirándose el ombligo de "persona súper ocupada que no piensa ceder a los deseos caprichosos de un bebé" y más aún, han conseguido obviar por completo la naturaleza biológica de un ser humano recién nacido.
Me sigue sorprendiendo cómo, a estas alturas del siglo XXI, se hacen famosos métodos que se saltan a la torera el proceso madurativo de un bebé y me asusta pensar en cómo se olvida mencionar qué nefastas consecuencias psicológicas pueden presentarse en el futuro de estas personitas.
Porque los bebés, los niños, son personas. Empecemos por ahí, porque parece que por la simple razón de no poderse comunicar verbalmente, no merecen el mismo trato respetuoso que, en cambio, sería una aberración negarle a ningún otro ser humano.
Cuando un adulto no ha pasado buena noche, los que están a su alrededor le preguntan cómo se encuentra, qué le ha pasado y, a veces, alguna buen alma se ofrece para apoyarlo moralmente en su pesar. En cambio, cuando un bebé llora desconsolado, se despierta por la noche, tarda en dormirse...aparecen mil comentarios despectivos sobre lo mal que se lo está haciendo pasar a sus padres, sobre lo malo que es el niño, sobre lo mal acostumbrado que está y un sin fin de barbaridades más pero ninguna haciendo referencia al sufrimiento del bebé. Todas ellas culpabilizando al pequeño y deseando que llegue el momento en que deje de molestar.
Molestar. Es una palabra que demasiadas veces se asocian a un niño y que me pone los pelos de punta. A mí me molesta que se obligue a un bebé a ir contra natura, que se antepongan clichés sociales al bienestar emocional del pequeño, que se coja el camino más rápido, que determinados individuos se hagan famosos y que, aprovechándose de la desesperación y del cansancio de muchos padres, llenen sus bolsillos asegurándose el futuro y jugándose el de muchos bebés que aprenderán a dormir, claro, porque los métodos son efectivos, pero también aprenderán muchas otras cosas. Aprenderán a no confiar en los demás, aprenderán a no pedir ayuda, a sentirse solos aún teniendo gente, aprenderán a no buscar consuelo. ¿Es eso lo que queremos que ocurra? ¿Es así como se forjan los cimientos de un futuro adulto seguro?
La salud mental de una persona comienza desde el primer momento, incluso en la gestación, pues el estado anímico de la madre, sus hábitos, influirán en el desarrollo del bebé.
Es ilógico pretender que un ser que nace inmaduro, un ser altricial, que necesita de cuidados para todo, tenga que dormir igual que un adulto totalmente desarrollado. Es más, de hacerlo, la supervivencia del pequeño se vería gravemente en peligro.
Los bebés vienen al mundo con su ciclo del sueño totalmente inmaduro, ni tan siquiera conocen la diferencia entre el día y la noche. ¿Y por qué iban a hacerlo? Si el vientre materno es oscuro, confortable, tranquilo y, ¡vaya cosa! podía dormir siempre que quisiera. ¿Horarios? ¿Qué es eso?
Si el bebé no se despertara cada cierto tiempo, no podría conseguir alimento y, por ende, moriría. Las necesidades de los bebés cambian con el tiempo conforme sus sistemas van madurando. Por eso hay que respetar a los niños y acompañarlos en sus procesos, nunca forzarlos.
Cuando vemos una camada de cachorritos de gato o de perro, en ningún momento se nos ocurre que deberíamos separarlos de su madre para que aprendan. Nos inspira ternura verlos dormir acurrucados en la panza de mamá, tan tranquilos, tan a gusto. Si los observamos, veremos que cuando los cachorritos lloran, su mamá los calma a lametones y espera durante horas quieta con ellos, hasta que su instinto le dice que ya pueden marchar solos, que ya están preparados.
En cambio, cuando nace un niño, tenemos preparados cientos de sofisticados artilugios para el bebé, incluso, como fomentan estos métodos, habitaciones separadas, con una puerta que cerrar para poder conciliar el sueño sin oír nada. ¿Por qué? Porque parece que es más fácil adaptar al niño, aunque eso suponga hacerlo sufrir, que adaptarse a él teniendo en cuenta sus necesidades.
Criar con apego y respeto es una tarea dura, cansada y con una implicación enorme pero en un futuro es la base que necesita el mundo para cambiar. Es el principio para asegurar que los adultos del mañana tendrán mayor conciencia sobre sus emociones, sobre las de los demás. Serán adultos sanos psicológicamente porque se les respetaron sus necesidades, porque alguien trató de entenderlas. Forjarán una sociedad con más amor y respeto, porque así lo habrán mamado.
"Desde aquí quiero dar las gracias a todas las madres y padres que luchan día a día por el bienestar integral de los niños. Merecen mi más profundo respeto y admiración".