16 de mayo de 2014

CÓGELO EN BRAZOS, ¡Y MUCHO!


No es difícil escuchar en muchas ocasiones "No cojas tanto al niño en brazos, que se mal acostumbra", "Déjalo llorar, que así aprende". Éstas son frases comunes pero que no se  basan en ninguna lógica si tenemos en cuenta la naturaleza de un bebé. Cuando un niño viene al mundo es un ser tremendamente indefenso. En comparación con otras especies, el bebé nace sin apenas herramientas que le permitan desarrollarse en el mundo externo y necesita ser cuidado durante un periodo largo de su vida. Precisa de alguien que le alimente, que lo traslade, que le mantenga limpio...Y él, mientras tanto, sólo dispone de su llanto para comunicarse.

Creo firmemente que dar excesivo amor a un niño nunca puede ser malo. Cuando los niños son pequeños, cuando son bebés, necesitan de todo el contacto físico posible, sobre todo y, a ser posible, de su madre. Si el niño llora, no es porque esté tratando de molestar, ni porque tenga una estrategia elaborada que pretenda conseguir esclavizar a nadie. El llanto es el único lenguaje de que un bebé dispone y es su manera de comunicarse. Si llora, es que necesita algo, precisa de la seguridad que mientras está en brazos siente. Acunar a un niño, dejarlo dormir en brazos, atenderlo de forma inmediata, no lo hará dependiente en un futuro. ¡Al contrario! En edades muy tempranas, los bebés al ser absolutamente dependientes de su cuidador, necesitan aprender que cuando reclamen atención serán atendidos. Si soy bebé y lloro, es porque me ocurre algo, quizá me encuentre mal o tenga hambre, o sueño y aún no sé decirlo de otra forma, no dispongo de más herramientas.

Imaginaros, por un momento, que sois un bebé solo e indefenso en su cuna, solo, mirando hacia arriba, un techo frío o quizá hacia los lados, donde sólo puedo alcanzar unos duros barrotes, que por mucho que os esforcéis, sois incapaces de levantaros ni de explicar qué os está pasando. De repente el miedo os invade, os sentís totalmente indefensos y rompéis a llorar. Este bebé, en su soledad y con su llanto estridente, está pidiendo ayuda, que alguien vaya a verlo. Ante esta situación, ante el lloro desgarrador de un niño, como cuidadores podemos reaccionar de dos formas:

1) Dejamos que el niño llore. Queremos que el bebé aprenda a estar solo, que no trate de engañarnos. Vaya, si lo único que quiere es fastidiar. Tan pequeño y tan pillo. ¡Menudo bribón está hecho!

Resultado: Al fin, después de quién sabe cuánto tiempo llorando sin cesar, el bebé calla.

¡Bravo! Así no se mal-acostumbrará y no se convertirá en un niño caprichoso.

Error: El niño ha aprendido que sus demandas no son satisfechas, se siente inseguro, piensa que está solo y con el tiempo dejará de llorar, sí, pero estará basando sus sistemas de relaciones en la inseguridad, en la frustración. Sus relaciones de apego, que definen el vínculo específico y especial que se forma entre madre-infante o cuidador primario-infante determinarán su forma de relacionarse con otras personas en el futuro. Cuando un niño ha aprendido que ante una situación de angustia, su madre o cuidador principal, no le han atendido, es mucho más probable que desarrolle lo que en Psicología se conoce como estilos de apego inseguros. Estos estilos de apego los podemos dividir en dos:

- Los niños con estilos de apego evasivo, se muestran desapegados de sus cuidadores,  no buscan consuelo en ellos cuando se sienten angustiados, ni tampoco muestran interés por ellos. Estos niños muestran inseguridad hacia los demás, desconfianza. Les es difícil relacionarse de forma confiada con otros, por lo que prefieren mantenerse distanciados.

Además, presentan miedo a la intimidad.

- Los niños con estilos de apego ansioso-ambivalente, se sienten inseguros cundo son separados de sus cuidadores, en cambio, no aceptan ser consolados por ellos. Estos niños no confían en que, de ser necesario, los padres les auxiliarán.

2) Atendemos el llanto del niño. Cuando el bebé llora, vamos, lo cogemos en brazos y lo acunamos amorosamente, lo calmamos y le llenamos de amor, de caricias, de besos y arrumacos.

Resultado: El bebé se calma, se siente seguro y confía plenamente en su cuidador que está cubriendo sus necesidades, que está escuchando y atendiendo sus demandas. Aprenderá que no está solo, que cuenta con gente dispuesta a cuidarle y amarle. Con este tipo de actuaciones es más probable que el niño desarrolle relaciones futuras más sanas. Podrá desarrollar un estilo de apego seguro, conocedor de que sus cuidadores son personas que estarán disponibles en momentos de adversidad. Se convertirán en personas confiadas de sí mismas y capaces de establecer relaciones de confianza con otros.



Por tanto, una relación de dependencia temprana puede ser la clave de que un niño se convierta en una persona independiente y con confianza en sí mismo en un futuro.



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